Es muy probable que en medio de la actual falta de optimismo que nos aqueja como sociedad, más de alguno considere fuera de contexto el afirmar que nuestro puerto de Valparaíso es el corazón de un Chile que, en pleno paro cardiaco, no logra auscultar de adonde viene el leve latido que aún se resiste al último silencio y que, a gritos, quiere resucitar y contagiar la fuerza de una autovalencia, a prueba de cualquier tipo de predicción apocalíptica, para sí mismo, y para una tierra que se niega a recuperar la memoria del agua salada que la bendijo desde sus orígenes.
Quienes describen a nuestra nación como un maritorio, asumiendo que somos una larga y angosta franja de tierra ubicada como la antesala de un extraordinario mar océano, a través del cual construimos, importamos y exportamos nuestra identidad y nuestra más genuina tradición histórica, no se equivocan. Ninguna ciudad fundada al interior, ni siquiera nuestra bella, pero acaparadora y centralista capital, puede negar la herencia marítima de cada uno de los hitos que, desde sus inicios, la dotaron de carácter, desarrollo económico, resiliencia, y una rica identidad cultural de horizontes infinitos. En esta misma línea, nuestro puerto principal y Joya del Pacífico, desde donde hombres y mujeres gestaron a pulso los puentes de mar y tierra que forjaron nuestro sello identitario, ocupa por definición y derecho propio, el epicentro de nuestro más profundo ADN como nación porteña, pujante y emprendedora. Fue ahí donde se crearon los primeros bancos, ferrocarriles y sociedades mercantiles, entre un sinfín de otros innovadores ejemplos de superación que marcaron nuestro destino y nuestra impronta nacional. Por lo mismo, parece increíble que, en los ires y venires de nuestro acontecer patrio, nos hayamos centrifugado al punto de minimizar y hasta olvidar, la importancia vital de esa matriz emocional, sin la cual, cualquier intento de crecimiento pierde norte, mística y sentido. Nuestra extraordinaria, bella y valiente ciudad puerto, declarada Patrimonio de la humanidad, Ciudad Capital cultural de Chile, y Ciudad creativa musical, en medio de un sinnúmero de otros títulos y condecoraciones ganadas a pulso, se mantiene en pie, pese a tantos ingratos temporales. Esto, gracias a la constante porfía de esa especial clase de ciudadanos del mundo, los porteños, que se resisten, con garra y gracia heredada, a aceptar la grave miopía de un país que se aleja cada vez más de lo que un día fue su orgullo, su fuerza motriz y su más valioso tesoro: su voluntad de ser.
Hoy en día, a simple vista, nuestro Valparaíso pareciera haber apagado la luz de ese faro que nos alumbraba el norte y que, aún que no lo queramos asumir, extrañamos, muy especialmente ahora, en momentos de sombría anomia de ilusiones; sin embargo, quienes nos hemos adentrado en sus bellos cerros, plano y borde costero, con profunda alegría, podemos dar fe de la valiente y ejemplificadora supervivencia de un sinfín de nuevos y ya consagrados gestores de cambio positivo, emprendedores y emprendedoras porteñas de tomo y lomo, quienes, gracias al empuje de su amor incondicional, a su talento y a su extraordinaria resiliencia, nos siguen demostrando que la semilla de la esperanza para nuestro Valparaíso y para nuestro país puerto, solo espera por el cuidado, el apoyo y la buena cosecha de quienes estemos dispuestos a cruzar la vereda del pesimismo y de las odiosas mezquindades, (tan divisoras y debilitadoras de voluntades), hacia la generosa y unitaria puesta en valor de nuestro más importante bastión de esperanza nacional.
Cómo porteña, me siento profundamente orgullosa de la fuerza creativa, la valentía, la porfiada autovalencia y la capacidad emprendedora de tantos jóvenes y adultos de nuestro Puerto, quienes con su voluntad, a prueba de abajismos, egoísmos oportunistas y odiosos estereotipos estoy segura vencerán las barreras del miedo para, desde su corajudo y valioso aporte, reconstruir, con nueva y potente lucidez, la memoria y el alma de todo un país.
Será solo cuando volvamos a comprender la urgencia de reanimar al corazón de Chile, nuestro gran Valparaíso, que seguramente recomenzaremos a latir, navegando juntos, y al ritmo de una nueva esperanza, rumbo al buen puerto de todos.
María Cecilia Toledo
Directora Ejecutiva
Fundación El Buen Puerto.