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Valparaíso, un archipiélago de buenas voluntades

En mi condición de artista, gestora cultural y porteña errante, durante más de 30 años me propuse ir anclando en mi ciudad natal el esforzado aprendizaje que iba acumulando con ilusión y perseverancia por distintos continentes. En todo ese periplo de viajes de ida y vuelta a mi Puerto, donde compartía religiosamente con él cada nuevo conocimiento, mi mayor anhelo era volver para quedarme definitivamente en sus costas y entregarle sin reservas ni prejuicios invalidantes, lo más positivo de una mirada global, inclusiva e integradora, en la cual el trabajo con sentido social, la genuina empatía hacia el otro y por sobre todo, un profundo sentido de pertenencia, fueran la tónica de un avance compartido, sustentable y armónico entre los distintos y emblemáticos ejes de nuestra ciudad-puerto.

Cuando por fin pude concretar mi sueño de volver a vivir en Valparaíso, pensé que el camino andado, tanto fuera como dentro de su ecosistema, iba a sumarse al de muchos que creen, crean y emprenden desde la más legítima convicción en el histórico potencial de esta gran ciudad, en la que cada habitante está llamado a sentirse orgulloso de contribuir, desde su valiosa y enriquecedora diferencia, a una solidaria y latente vocación de progreso, tanto individual como colectivo. Y no me equivoqué, o por lo menos, no del todo.

A diario me sorprende y me alegra la enorme cantidad de extraordinarios esfuerzos por desarrollar nuevos polos de emprendimiento en distintas áreas, en las que, con mayor o menor éxito el mundo académico, la Marina, las instituciones gubernamentales, las empresas público privadas, las organizaciones sociales, pero por sobre todo, ciudadanos de todas las edades, (en donde emociona ver la cantidad de talentosos jóvenes emprendedores, motivados y aguerridos), que aportan al buen devenir de la ciudad. Cada uno, desde su propio flanco de buena voluntad e innegable capacidad y, salvo contadas excepciones, desde una esquina distinta, que no parece aún conversar con ese anhelado y urgente relato de ciudad – puerto, cuyos emblemáticos ejes territoriales se complementen y se potencien en un norte de generoso bien común. Por lógica, la interrogante que subyace es: ¿Por qué hoy los emprendedores de cerro, Puerto y plano no logran aunar y potenciar sus energías en pro del objetivo de un desarrollo común?

Desde la obviedad, sería fácil argüir que este desgranado fluir de buenas voluntades se debe a la realidad de un Valparaíso que, como decía el Gitano Rodríguez, “nació allí sencillamente”, y que luego de vivir épocas de apogeo y decadencia, se multiplicó sin un plan urbanístico que lo dotara de sentido, orden y de cualquier posibilidad de progresión armónica. Así, cerros, plano y Puerto habrían terminado por rendirse a una lamentable sobrevivencia, aislados unos de otros, y muchas veces en desalmada competencia de oportunidades. Sin embargo, yo creo que esa no es la razón, o por lo menos, no es la única.

Hace algunas semanas, en un querido café de Valparaíso, al entablar conversación con su dueño y comentarle de mi porfiado anhelo por encontrarle explicación a la desaprovechada dispersión de buenas energías porteñas, sin dudarlo ni un segundo me refirió a un texto de hace más de 30 años en el que, según él, encontraría la clave de todo. Se trataba del Cabildo Ciudadano de 1991, el segundo Cabildo de la ciudad después de 200 años de celebrarse el primero. Cuando le pregunté del por qué él creía que ahí estaba el eslabón perdido de mis afanes, me contó de cómo en esa época los distintos núcleos sectoriales de la ciudad, es decir el municipio, el Puerto, los emprendedores, la Marina, la Iglesia, la ciudadanía y en general, todos quienes por distintas razones no habían logrado dialogar, (¿no les suena conocido?), fueron convocados para diseñar en conjunto los ejes de acción de nuestra ciudad-puerto. Todo esto, sobre la base acordada y el deseo compartido de convenir en que cada uno, hacía parte de un todo ecosistémico en el que tendría la oportunidad de aportar, desde su propio flanco, al bordado único e irrepetible de una historia, de un relato, y de un futuro común.

Hoy, gracias a la búsqueda incansable del joven investigador de nuestra fundación, por fin logré acceder al texto en cuestión, (solo quedan algunos raros ejemplares), y no pude más que emocionarme al comprobar el cómo hace más de 30 años, sí se habían logrado convocar y conciliar voluntades e intereses particulares, desde la lógica del bien común y con el claro objetivo de ver a nuestro Valparaíso cómo un todo, armonioso, solidario y con una fundada vocación de prosperidad. Lamentablemente, de ese texto y de esas buenas ideas actualmente sólo queda la huella de una muy buena intención. Sin embargo, quienes fueron testigos de ese generoso y milagroso ejercicio ciudadano, aún no olvidan el cómo las históricamente opuestas y, muchas veces mezquinas veredas políticas e ideológicas, así como los particulares y disímiles intereses sectoriales de nuestro Puerto, lograron supeditarse al visionario y, por cierto noble objetivo común, de contribuir al diseño de un plan de desarrollo integral en el que, emulando a la perfecta sincronía ecosistémica del mar que nos rodea, cada uno cumpliría un rol valorado e imprescindible en la promisoriamente productiva suma de sus energías.
En la convicción de que nuestro Puerto es cíclico en sus prosperidades y en sus vicisitudes, donde las primeras, históricamente han dependido del caudal de buenas voluntades, así como de la calidad y la cantidad de emprendimientos con sentido de pertenencia que circulen en el aire antes de provocar el beneficioso y anhelado ciclón de un radical cambio positivo, es que afirmo, sin temor a equivocarme, que los porteños y los chilenos de nuestro país- puerto, más temprano que tarde, seremos testigos y ojalá parte activa, de cómo tantos notables esfuerzos, actualmente desconectados entre sí, volverán a desembocar en la natural necesidad de confluir y potenciarse mutuamente en un nuevo, actualizado y solidario co-diseño de planificación de ejes de acción, que considere con renovada coherencia, generosidad y abandono de egos cortoplacistas, el de adonde venimos, adonde estamos y adonde confiamos en que, sólo juntos, sabremos llegar.

María Cecilia Toledo
Directora Ejecutiva
Fundación El Buen Puerto.